Cuando nos atrevemos a tener un liderazgo audaz, no pretendemos tener todas las respuestas ni ser perfectos, sino que concentramos toda nuestra energía en dos cosas: dar ejemplo con nuestra propia actuación y hacer las preguntas correctas para seguir avanzando, creciendo y transformando. No vemos el poder (ser profesor, jefe, padre…) para instalarnos en él o como algo infinito que queremos acaparar, sino que velamos por construir y sacar lo mejor de nosotros y de los otros. No enmascaramos nuestra personalidad, nuestros fallos, ni evitamos confrontar situaciones o conversaciones difíciles, sino que navegamos por ellas para conseguir un buen trabajo a pesar de las dificultades. Se trata de descubrir un liderazgo humanizado e inspirador, que toque corazones y mentes, talentos y habilidades. Siempre nos preguntamos ¿puedo hacerlo mejor? ¿en qué puedo mejorar? ¿qué me está enseñando el otro y la situación? Para empezar a lograr esto hace falta conocerse y desplegar empatía, valentía y coraje. Comencemos.